viernes, 27 de abril de 2012

Ho Chi Minh y la lucha de Vietnam


            Si existe un país paradigma del colonialismo y la crueldad de las grandes potencias, ése es Vietnam.

            Si existe un país que sea un ejemplo de lucha, resistencia y valor, ése es Vietnam.

            Si existe un líder que sea un icono de las revoluciones y la paz, ése es Ho Chi Minh.



         Vietnam, antigua colonia francesa, fue la primera revolución triunfante en Asia. Se enfrentó a la Francia colonialista, y venció. Se enfrentó a Estados Unidos, y venció.
           
            Todos hemos visto películas de Vietnam: La chaqueta metálica, Apocalipse Now, Forrest Gump… Hemos visto los movimientos por la paz, a John Lennon cantando Imagine y al movimiento hippie rompiendo cartas de reclutamiento. Siempre hemos visto Vietnam a través de los ojos de los norteamericanos, y aunque los vietnamitas ganaron la guerra, han pasado a la historia como los malos de las películas y sin que mucha gente sepa su historia.

            ¿Qué fue lo que pasó en Vietnam?

            Desde la segunda mitad del siglo XIX, el ejército francés ocupó como colonia la zona de Indochina, lo que hoy serían Laos, Camboya y Vietnam. Éste último estaba dividido en tres provincias: Tonkín, Annam y Cochinchina.

            Dudo que seamos capaces de imaginar el horror de vivir en un país colonial. Los vietnamitas eran seres de segunda categoría. No tenían derecho a expresarse, ni a reunirse, ni a decidir, ni a poseer nada. El ejército francés y sus colonos eran la autoridad, podían hacer lo que quisieran, y eran comunes los abusos, torturas, violaciones, crímenes, etc. Por las cárceles y los pelotones de fusilamiento pasaban todos aquellos que no estuviesen contentos con el gobierno títere. Las tierras de los campesinos habían sido apropiadas por terratenientes y colonos franceses, e incluso por la Iglesia Católica. En las hambrunas, los campesinos que trabajaban la tierra veían cómo su comida era desviada por los franceses para abastecer a sus tropas.

            En este contexto atroz, a principios de los años 40, en plena II G.M., se inicia la guerra de guerrillas de la Liga Nacionalista del Vietnam (Viet Minh), liderada por Ho Chi Minh. Con un apoyo popular masivo, el Vietminh toma Hanoi en agosto de 1945, cuando Japón (que había invadido Indochina) es derrotado y a Francia aún no le ha dado tiempo a ocupar de nuevo sus colonias. En las provincias de Tonkín y Annam se funda la República Democrática de Vietnam. La Cochinchina sigue perteneciendo a un gobierno títere de Francia. Se prometen unas elecciones en Cochinchina para unirse a sus vecinos. Nunca se celebran.

            En las primeras elecciones libres de Vietnam, el Vietminh gana con una mayoría abrumadora frente a otros grupos nacionalistas. Los ánimos del pueblo pretenden el linchamiento de cada francés que se encuentran por las calles, y el ala dura del Partido Comunista tiene un fuerte espíritu belicista. Sin embargo, Ho Chi Minh no quiere meter al país en una guerra, por lo que busca negociar con Francia.

            Francia, el antiguo explotador, el ladrón, el genocida, no puede permitir que Vietnam sea independiente, por lo que en las negociaciones pide la mano y trata de agarrar el brazo… Ho Chi Minh advierte de que si Vietnam entra en guerra la ganará, pero quiere ahorrarse el sufrimiento de su pueblo.

            Sin embargo, la escalada de tensión aumenta, y estalla la guerra de Indochina, entre Vietnam y Francia, entre un país que exige su derecho a la paz y la independencia, y un imperio que exige su privilegio de seguir explotando. Casi diez años durará esta guerra, que termina en 1954 con la victoria de Vietnam.

            Vietnam queda partido en dos mitades: Vietnam del Norte (Tonkín y Annam) y Vietnam del Sur. Arriba, un régimen comunista. Abajo, una dictadura de derechas apoyada por Estados Unidos. Los conflictos empiezan cuando un grupo de monjes budistas se organiza en resistencia al gobierno de Vietnam del Sur. Uno de ellos se inmola en una plaza pública en protesta contra el regimen. En 1960, se forma la guerrilla Frente de Liberación Nacional (Viet Cong), que más tarde recibiría el apoyo de Ho Chi Minh y Vietnam del Norte.

            El presidente de Vietnam del Sur, Ngo Dinh Diem, a pesar de ser de derechas, era demasiado nacionalista para los intereses de USA. Un golpe de Estado apoyado por la CIA le derroca en 1963, y un nuevo gobierno fiel a Estados Unidos inicia bombardeos a civiles en Vietnam del Norte. Así estalla abiertamente la guerra de Vietnam, una guerra que durará más de 10 años…

            En 1975, las tropas de Vietnam del Norte toman la capital de Vietnam del Sur, Saigón, y expulsan a las tropas norteamericanas que quedan en el país. Vietnam se unifica y se declara independiente. Nace la República Socialista de Vietnam.

            Ho Chi Minh, el icono y líder de esta eterna lucha, no llegará a ver la unificación de su país. Murió en 1969.

            Vietnam es un país que sufrió 50 años de colonización, y su independencia le costó 30 años de guerra, destrucción y dolor que dura hasta nuestros días, pues siguen naciendo miles de niños y niñas deformes por el agente naranja que usó Estados Unidos como arma química.

            ¿Fue Ho Chi Minh un dictador? Sí, y hubo momentos en los que el puño de hierro del Partido no se hizo esperar. Pero creo que es un caso que no podemos juzgar sentados en un sillón. Creo que Ho Chi Minh hizo lo que mejor se podía hacer por su pueblo en una situación tan salvajemente atroz, en un contexto tan duro como el del Sudeste Asiático… Y no olvidemos que si alguien provocó muertes, dolor y barbarie a los pueblos indochinos fueron Francia y Estados Unidos, con sus colonias, sus imperios, sus ejércitos, su NAPALM y su agente naranja.

            No olvidemos la lucha de Vietnam.

            No olvidemos el precio que el capitalismo y la democracia le hacen pagar a un pueblo que sólo pide una cosa: EL DERECHO DE VIVIR EN PAZ.


jueves, 26 de abril de 2012

Mohamed Nasheed y las islas Maldivas


Mohamed Nasheed es el ex-presidente de las islas Maldivas, uno de esos países de los que jamás nadie se preocupa si no es para bañarse en una playa paradisíaca, beber leche de coco y descansar bajo una palmera...

Nasheed no es un gran revolucionario, ni uno de esos líderes anti-imperialistas que le plantan cara a las grandes potencias. Ni siquiera creo que sea socialista. No es Lenin, no es Ho Chi Minh, no es el Ché.

Simplemente es un hombre desesperado.

Desesperado porque tras pasar 6 años en la cárcel, luchar contra el régimen del dictador Gayoom y ganar en 2008 las primeras elecciones de la historia de Maldivas, se encuentra al frente de un país que corre un grave peligro de desaparecer de la faz de la tierra.

Y es que las Maldivas, un conjunto de unas 2000 islas con 300.000 habitantes son el país más bajo del planeta, con una altitud máxima de 2'5 metros sobre el nivel del mar... y rodeados de océano Índico.

Con el tsunami de 2004 ya vieron una muestra de los peligros a los que se enfrentan: en sólo una hora perdieron el 50% del PIB, por no hablar de las miles de personas muertas.

Nasheed ha sido uno de los líderes mundiales más importantes en la lucha contra el cambio climático. No se juega un salario o un puesto de trabajo, no politiquea con intereses económicos o discursos morales abstractos. Lucha por la supervivencia de su familia, de sus amigos, de su tierra, de sus compatriotas, de su cultura, de su idioma...

Si el nivel de carbono en la atmósfera no se reduce a las 350 partes por millón, y el aumento de la temperatura no se limita a 1'5 º, el aumento del nivel del mar será suficiente como para arrasar con las Maldivas y sus 300.000 habitantes en menos de un siglo. Otros países y ciudades costeras de baja altitud irán detrás. El resto del mundo no podrá ignorar las consecuencias.

EL cambio climático ya está destruyendo la pesca de la zona, arruinando la economía del país.

Y mientras Nasheed y los suyos se juegan la vida y sufren hoy por hoy las huellas del calentamiento global, tiene que ver cómo todos sus proyectos de supervivencia se estrellan contra la burocracia y la intransigencia de las cumbres de la ONU; contra los intereses económicos e imperialistas de países como EEUU, China o India; contra el poder de las grandes industrias de combustible fósil. Y no tiene fuerza para plantar cara, ni recursos con los que negociar.

Y mientras Nasheed y los suyos se juegan la vida, mientras decenas de miles de familias en Maldivas, y millones más en el mundo entero, corren riesgo de morir o arruinar su existencia a causa del mayor desastre ecológico de la historia, en los países del Primer Mundo nos creemos con el solemne derecho de sentarnos a debatir si el cambio climático es real.

Y mientras tanta gente sufre tenemos los santos cojones de abusar de coche y de aire acondicionado, y de calefacción y de sobre consumo energético, en aras de nuestra sacra libertad individual, que viene a significar “me da igual que se pudra la humanidad mientras yo tenga un sillón y una tele donde verlo”.

Nasheed tiene motivos para estar desesperado. Y más cuando hace unos meses ha sido derrocado por un golpe de Estado.

Es importante que su historia se conozca y que, al menos, todos pongamos un grano de arena a su causa…



viernes, 20 de abril de 2012

¿Qué es una Revolución?


            En momentos como éste, de crisis y cambio, nos toca a los que proponemos y buscamos alternativas hacer una dura autocrítica. Muchas veces, desde la izquierda, cubiertos por el manto moral que nos da la convicción en lo justo y humano de nuestras ideas, creemos que tenemos una razón absoluta y que todo se nos puede perdonar. Dicen por ahí que las causas nobles no siempre son defendidas por personas nobles, y en la izquierda a veces hay personas menos nobles que sus ideales

            Pecamos de muchos errores que señalamos a la derecha: dogmatismo, intolerancia, militantes sin conciencia que son de izquierda simplemente porque es atractivo, gente egoísta, gente con afán de protagonismo y poder, gente que dice pero no hace, fanáticos, hippies utópicos, etc. Pero si hay algo en lo que pecamos es en EL ODIO, LA RABIA.

            Se nos llena la boca hablando de revolución, pero ¿cómo vamos a hacer una revolución basada en el odio? El odio, la rabia, la ira, la venganza, son sentimientos naturales cuando conoces la realidad y las atrocidades del capital, pero no pueden ser el pilar de un movimiento revolucionario, porque sólo representan la parte destructiva del ser humano.

            Y una revolución es, ante todo, constructiva. Una revolución no es sólo destruir el antiguo sistema, es de-construirlo, destruirlo para construir uno nuevo encima. Y este nuevo sistema no podemos construirlo sobre el odio, sino sobre valores dignos de tal esfuerzo.

            Por algún motivo, las sociedades tenemos la tendencia a polarizarnos en extremos opuestos. Quizás porque los radicalismos sean más fáciles de comprender, requieran menos esfuerzo, que los puntos medios y las amplias escalas de grises. Ahora mismo nos encontramos con una polarización importante entre la acción violenta y la no-violenta; entre pacifistas utópicos y grupos apologistas de la violencia como el único camino…

            Creo que la historia ha dejado suficientemente claro que toda revolución es violenta. Pretender que las grandes empresas y los Estados van a renunciar a su poder por la presión de gente sentada en una plaza o dando palmas es ignorar las experiencias anteriores o no ser consciente del potencial de crueldad que tiene el capital. La violencia es un proceso necesario (y duro, y trágico) en una revolución.

            Sin embargo, esto no significa que tengamos que irnos al extremo, y construir la revolución en torno a la lucha violenta y el discurso militarista. La violencia es un medio, pero nunca un fin. Es la palanca del cambio o, en palabras de Marx, “la partera de la nueva sociedad”. Pero ¿de qué sirve un medio si no hay un fin? ¿De qué sirve una partera si no hay un niño que va a nacer? La ira y la frustración invitan o empujan a salir a la calle y descargar la agresividad… Vale. Y después, ¿qué?

            A pesar de lo espectacular del imaginario revolucionario, de pueblos alzándose en armas contra el opresor, en las revoluciones históricas es más trascendente la parte constructiva y positiva que la parte violenta.

Quizás hizo falta cortar la cabeza al Rey en la Francia revolucionaria, pero desde luego la Revolución Francesa no es tan grandiosa por matar nobles, sino por crear la nueva democracia liberal burguesa y por los nuevos valores que alzaría como estandarte: libertad, igualdad, fraternidad.

Del mismo modo, la Revolución Rusa no ha cambiado la historia del siglo XX por derrocar a un Zar, sino porque inmediatamente el pueblo supo organizarse en consejos, en soviets, de forma absolutamente democrática y coordinada, sentando la base para todo posible cambio posterior.

            Revolución es un cambio absoluto, no sólo en las relaciones económicas, sino también en todas las relaciones humanas. Revolución es tratarse bien a uno mismo y las personas que nos rodean. Revolución es no simplificar las cosas, y comprenderlas en su contexto y su complejidad. Revolución es no reducir el discurso a dogmas sencillos. Revolución es no prejuzgar. Revolución es educar, es compartir. Revolución es saber vivir mejor con menos, y conseguir que la felicidad no dependa del consumo. Revolución es aceptarse uno mismo. Revolución es crear lazos sociales en tu barrio, y fomentar las economías cooperativas y la solidaridad. Revolución es hacer todo esto con una conciencia política y social clara. Como decía el Che Guevara: “un revolucionario auténtico está guiado por grandes sentimientos de amor”.

            ¿Lucha de clases? Desde luego. Pero no debemos olvidar una cosa: vivimos en una sociedad donde gran parte de la población obrera, desposeída, se siente más identificada políticamente con la ideología dominante y aspira al modelo de vida burgués. Si queremos una revolución en el sentido clásico de la palabra, debemos convencer a gran parte de estas personas, y eso no vamos a conseguirlo por las malas.

            Quizás la revolución sea, “simplemente”, sembrar el germen de la nueva sociedad, extenderlo, resistir los ataques y, una vez llegado el momento, poder dar el “palancazo”. Y que ese palancazo sea popular, legítimo y abra las puertas a un proyecto común.

            Lo único que espero es que dispongamos de tiempo suficiente para hacer todo eso…