En
momentos como éste, de crisis y cambio, nos toca a los que proponemos y
buscamos alternativas hacer una dura autocrítica. Muchas veces, desde la
izquierda, cubiertos por el manto moral que nos da la convicción en lo justo y
humano de nuestras ideas, creemos que tenemos una razón absoluta y que todo se
nos puede perdonar. Dicen por ahí que las causas nobles no siempre son
defendidas por personas nobles, y en la izquierda a veces hay personas menos
nobles que sus ideales
Pecamos
de muchos errores que señalamos a la derecha: dogmatismo, intolerancia,
militantes sin conciencia que son de izquierda simplemente porque es atractivo,
gente egoísta, gente con afán de protagonismo y poder, gente que dice pero no
hace, fanáticos, hippies utópicos, etc. Pero si hay algo en lo que pecamos es
en EL ODIO, LA RABIA.
Se
nos llena la boca hablando de revolución, pero ¿cómo vamos a hacer una
revolución basada en el odio? El odio, la rabia, la ira, la venganza, son
sentimientos naturales cuando conoces la realidad y las atrocidades del
capital, pero no pueden ser el pilar de un movimiento revolucionario, porque
sólo representan la parte destructiva del ser humano.
Y
una revolución es, ante todo, constructiva. Una revolución no es sólo destruir
el antiguo sistema, es de-construirlo, destruirlo para construir uno nuevo
encima. Y este nuevo sistema no podemos construirlo sobre el odio, sino sobre
valores dignos de tal esfuerzo.
Por
algún motivo, las sociedades tenemos la tendencia a polarizarnos en extremos
opuestos. Quizás porque los radicalismos sean más fáciles de comprender,
requieran menos esfuerzo, que los puntos medios y las amplias escalas de
grises. Ahora mismo nos encontramos con una polarización importante entre la
acción violenta y la no-violenta; entre pacifistas utópicos y grupos
apologistas de la violencia como el único camino…
Creo
que la historia ha dejado suficientemente claro que toda revolución es
violenta. Pretender que las grandes empresas y los Estados van a renunciar a su
poder por la presión de gente sentada en una plaza o dando palmas es ignorar
las experiencias anteriores o no ser consciente del potencial de crueldad que
tiene el capital. La violencia es un proceso necesario (y duro, y trágico) en
una revolución.
Sin
embargo, esto no significa que tengamos que irnos al extremo, y construir la
revolución en torno a la lucha violenta y el discurso militarista. La violencia
es un medio, pero nunca un fin. Es la palanca del cambio o, en palabras de
Marx, “la partera de la nueva sociedad”. Pero ¿de qué sirve un medio si no hay
un fin? ¿De qué sirve una partera si no hay un niño que va a nacer? La ira y la
frustración invitan o empujan a salir a la calle y descargar la agresividad… Vale.
Y después, ¿qué?
A
pesar de lo espectacular del imaginario revolucionario, de pueblos alzándose en
armas contra el opresor, en las revoluciones históricas es más trascendente la
parte constructiva y positiva que la parte violenta.
Quizás hizo falta cortar la
cabeza al Rey en la Francia revolucionaria, pero desde luego la Revolución
Francesa no es tan grandiosa por matar nobles, sino por crear la nueva
democracia liberal burguesa y por los nuevos valores que alzaría como
estandarte: libertad, igualdad, fraternidad.
Del mismo modo, la Revolución
Rusa no ha cambiado la historia del siglo XX por derrocar a un Zar, sino porque
inmediatamente el pueblo supo organizarse en consejos, en soviets, de forma
absolutamente democrática y coordinada, sentando la base para todo posible
cambio posterior.
Revolución
es un cambio absoluto, no sólo en las relaciones económicas, sino también en
todas las relaciones humanas. Revolución es tratarse bien a uno mismo y las
personas que nos rodean. Revolución es no simplificar las cosas, y
comprenderlas en su contexto y su complejidad. Revolución es no reducir el
discurso a dogmas sencillos. Revolución es no prejuzgar. Revolución es educar,
es compartir. Revolución es saber vivir mejor con menos, y conseguir que la
felicidad no dependa del consumo. Revolución es aceptarse uno mismo. Revolución
es crear lazos sociales en tu barrio, y fomentar las economías cooperativas y
la solidaridad. Revolución es hacer todo esto con una conciencia política y
social clara. Como decía el Che Guevara: “un revolucionario auténtico está
guiado por grandes sentimientos de amor”.
¿Lucha
de clases? Desde luego. Pero no debemos olvidar una cosa: vivimos en una
sociedad donde gran parte de la población obrera, desposeída, se siente más
identificada políticamente con la ideología dominante y aspira al modelo de
vida burgués. Si queremos una revolución en el sentido clásico de la palabra,
debemos convencer a gran parte de estas personas, y eso no vamos a conseguirlo
por las malas.
Quizás
la revolución sea, “simplemente”, sembrar el germen de la nueva sociedad,
extenderlo, resistir los ataques y, una vez llegado el momento, poder dar el
“palancazo”. Y que ese palancazo sea popular, legítimo y abra las puertas a un
proyecto común.
Lo
único que espero es que dispongamos de tiempo suficiente para hacer todo eso…
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