viernes, 20 de abril de 2012

¿Qué es una Revolución?


            En momentos como éste, de crisis y cambio, nos toca a los que proponemos y buscamos alternativas hacer una dura autocrítica. Muchas veces, desde la izquierda, cubiertos por el manto moral que nos da la convicción en lo justo y humano de nuestras ideas, creemos que tenemos una razón absoluta y que todo se nos puede perdonar. Dicen por ahí que las causas nobles no siempre son defendidas por personas nobles, y en la izquierda a veces hay personas menos nobles que sus ideales

            Pecamos de muchos errores que señalamos a la derecha: dogmatismo, intolerancia, militantes sin conciencia que son de izquierda simplemente porque es atractivo, gente egoísta, gente con afán de protagonismo y poder, gente que dice pero no hace, fanáticos, hippies utópicos, etc. Pero si hay algo en lo que pecamos es en EL ODIO, LA RABIA.

            Se nos llena la boca hablando de revolución, pero ¿cómo vamos a hacer una revolución basada en el odio? El odio, la rabia, la ira, la venganza, son sentimientos naturales cuando conoces la realidad y las atrocidades del capital, pero no pueden ser el pilar de un movimiento revolucionario, porque sólo representan la parte destructiva del ser humano.

            Y una revolución es, ante todo, constructiva. Una revolución no es sólo destruir el antiguo sistema, es de-construirlo, destruirlo para construir uno nuevo encima. Y este nuevo sistema no podemos construirlo sobre el odio, sino sobre valores dignos de tal esfuerzo.

            Por algún motivo, las sociedades tenemos la tendencia a polarizarnos en extremos opuestos. Quizás porque los radicalismos sean más fáciles de comprender, requieran menos esfuerzo, que los puntos medios y las amplias escalas de grises. Ahora mismo nos encontramos con una polarización importante entre la acción violenta y la no-violenta; entre pacifistas utópicos y grupos apologistas de la violencia como el único camino…

            Creo que la historia ha dejado suficientemente claro que toda revolución es violenta. Pretender que las grandes empresas y los Estados van a renunciar a su poder por la presión de gente sentada en una plaza o dando palmas es ignorar las experiencias anteriores o no ser consciente del potencial de crueldad que tiene el capital. La violencia es un proceso necesario (y duro, y trágico) en una revolución.

            Sin embargo, esto no significa que tengamos que irnos al extremo, y construir la revolución en torno a la lucha violenta y el discurso militarista. La violencia es un medio, pero nunca un fin. Es la palanca del cambio o, en palabras de Marx, “la partera de la nueva sociedad”. Pero ¿de qué sirve un medio si no hay un fin? ¿De qué sirve una partera si no hay un niño que va a nacer? La ira y la frustración invitan o empujan a salir a la calle y descargar la agresividad… Vale. Y después, ¿qué?

            A pesar de lo espectacular del imaginario revolucionario, de pueblos alzándose en armas contra el opresor, en las revoluciones históricas es más trascendente la parte constructiva y positiva que la parte violenta.

Quizás hizo falta cortar la cabeza al Rey en la Francia revolucionaria, pero desde luego la Revolución Francesa no es tan grandiosa por matar nobles, sino por crear la nueva democracia liberal burguesa y por los nuevos valores que alzaría como estandarte: libertad, igualdad, fraternidad.

Del mismo modo, la Revolución Rusa no ha cambiado la historia del siglo XX por derrocar a un Zar, sino porque inmediatamente el pueblo supo organizarse en consejos, en soviets, de forma absolutamente democrática y coordinada, sentando la base para todo posible cambio posterior.

            Revolución es un cambio absoluto, no sólo en las relaciones económicas, sino también en todas las relaciones humanas. Revolución es tratarse bien a uno mismo y las personas que nos rodean. Revolución es no simplificar las cosas, y comprenderlas en su contexto y su complejidad. Revolución es no reducir el discurso a dogmas sencillos. Revolución es no prejuzgar. Revolución es educar, es compartir. Revolución es saber vivir mejor con menos, y conseguir que la felicidad no dependa del consumo. Revolución es aceptarse uno mismo. Revolución es crear lazos sociales en tu barrio, y fomentar las economías cooperativas y la solidaridad. Revolución es hacer todo esto con una conciencia política y social clara. Como decía el Che Guevara: “un revolucionario auténtico está guiado por grandes sentimientos de amor”.

            ¿Lucha de clases? Desde luego. Pero no debemos olvidar una cosa: vivimos en una sociedad donde gran parte de la población obrera, desposeída, se siente más identificada políticamente con la ideología dominante y aspira al modelo de vida burgués. Si queremos una revolución en el sentido clásico de la palabra, debemos convencer a gran parte de estas personas, y eso no vamos a conseguirlo por las malas.

            Quizás la revolución sea, “simplemente”, sembrar el germen de la nueva sociedad, extenderlo, resistir los ataques y, una vez llegado el momento, poder dar el “palancazo”. Y que ese palancazo sea popular, legítimo y abra las puertas a un proyecto común.

            Lo único que espero es que dispongamos de tiempo suficiente para hacer todo eso…


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