Así
pues, la experiencia del jacobinismo arrojó luz al problema del Estado
revolucionario transicional, incluyendo la <dictadura del proletariado>,
un concepto extensamente debatido en posteriores discusiones marxistas. Este
término, poco importa si provenía de Blanqui, entró por primera vez en el
análisis marciano en los años posteriores a la derrota de 1848-1849, es decir,
en el escenario de una posible nueva edición de algo parecido a las
revoluciones de 1848. Las posteriores referencias a dicho término se producen
principalmente después de la Comuna de París y en relación con las perspectivas
del Partido Socialdemócrata alemán en la década de 1890. A pesar de que nunca
dejó de ser un elemento crucial en el análisis de Marx, el contexto político en
el que se discutió cambió, pues, profundamente. De ahí algunas de las
ambigüedades de los debates posteriores.
Al
parecer el propio Marx nunca utilizó el término <dictadura> para
describir una forma específica de gobierno institucional, sino que siempre lo
hizo para describir el contenido más
que la forma de gobierno de grupo o clase. Por lo tanto, para él la
<dictadura> podía existir con o sin sufragio universal. Sin embargo, es
probable que en una situación revolucionaria, cuando el objetivo principal del
nuevo régimen proletario ha de ser el de ganar tiempo adoptando inmediatamente
<las medidas necesarias para intimidar suficientemente a la masa de la
burguesía>, dicho gobierno tendiese a ser más abiertamente dictatorial. El
único régimen realmente descrito por Marx como una dictadura del proletariado
fue la Comuna de París, y las características políticas del mismo en las que
hizo hincapié eran, en sentido literal, lo opuesto a dictatorial. Engels citó
la <república democrática> como su forma política específica, <tal
como ya había demostrado la Revolución Francesa>, y la Comuna de París. No
obstante, puesto que ni Marx ni Engels se pusieron a elaborar un modelo
universalmente aplicable de la forma
de la dictadura del proletariado, ni a predecir todos los tipos de situaciones
en los que podría aplicarse, no podemos concluir nada más a partir de sus
observaciones aparte de que debería combinar la transformación democrática de
la vida política de las masas con medidas para prevenir una contrarrevolución
de manos de la derrotada clase dirigente. No tenemos autoridad textual alguna
para hacer especulaciones acerca de cuál habría sido su actitud ante los
regímenes postrevolucionarios del siglo XX, excepto que casi con toda
probabilidad le habría dado la mayor prioridad inicial al mantenimiento del
poder proletario revolucionario contra los peligros del derrocamiento. Un
ejército del proletariado era la precondición de su dictadura.
Como
es bien sabido, la experiencia de la Comuna de París aportó importantes
amplificaciones al pensamiento de Marx y Engels sobre el Estado y la dictadura
proletaria. La maquinaria del viejo Estado no podía ser simplemente derrocada,
sino que tenía que ser eliminada; aquí parece que Marx pensaba básicamente en
la burocracia centralizada de Napoleón III, así como en el ejército y la
policía. La clase obrera <tenía que protegerse contra sus propios
representantes y funcionarios> para
evitar <la transformación del Estado y de los órganos del Estado de siervos
de la sociedad en sus dueños> como había sucedido en todos los Estados
anteriores. Aunque este cambio se ha interpretado principalmente en posteriores
debates marxistas como la necesidad de salvaguardar la revolución contra los
peligros de la maquinaria del viejo
Estado superviviente, el peligro previsto se aplica a cualquier maquinaria de Estado a la que se permite establecer
autoridad autónoma, incluida la de la propia revolución. El sistema resultante,
discutido por Marx en relación a la Comuna de París, ha sido objeto de intensos
debates desde entonces. Poco hay en él que no sea ambiguo a excepción de ha de
estar compuesto por <siervos responsables (electos) de la sociedad> y no
por una <corporación que se alce por encima de la sociedad>.
Sea
cual fuere su forma exacta, el gobierno del proletariado sobre la derrotada
burguesía ha de mantenerse durante un periodo de transición de duración
incierta y sin duda variable, mientras la sociedad capitalista se transforma
gradualmente en una sociedad comunista. Parece evidente que Marx esperaba que
el gobierno, o más bien sus costes sociales, <se marchitase> durante este
período. Aunque distinguía entre <la primera fase de la sociedad comunista,
tal como surge de la sociedad capitalista tras un largo y doloroso período>
y una <fase más elevada>, en la que puede aplicarse el principio <de
cada uno según su capacidad, a cada uno según la necesidad>, porque las
viejas motivaciones y limitaciones de la capacidad y productividad humanas
habían quedado atrás, no parece que plantease ninguna marcada separación
cronológica entre las dos fases. Puesto que Marx y Engels rechazaban de forma
inflexible esbozar el retrato de la futura sociedad comunista, cualquier
intento de reconstruir sus observaciones fragmentarias o generales al respecto
para obtener uno ha de evitarse por engañoso. Los propios comentarios de Marx
sobre estos puntos, que le fueron sugeridos por un documento poco convincente
(el Programa de Gotha), evidentemente
no son exhaustivos. Se limitan básicamente a reafirmar principios generales.
En
general la posibilidad posrevolucionaria se presenta como un largo y complejo
proceso de desarrollo, no necesariamente lineal y esencialmente impredecible en
estos momentos. <Las exigencias generales de la burguesía francesa antes de
1789 estaban más o menos establecidas, como –mutatis mutandis- lo están las exigencias inmediatas del
proletariado hoy en día. Eran más o menos las mismas para todos los países de
producción capitalista. Sen embargo, ningún francés posrevolucionario del siglo
XVIII tenía la menor idea, a priori, del modo en que en realidad habían de
llevarse a cabo estas exigencias de la burguesía francesa>. Incluso después
de la revolución, como él bien observó en relación con la Comuna, <la
sustitución de las condiciones económicas del esclavismo de trabajo por las del
trabajo libre y asociado tan sólo puede ser resultado de la obra progresiva del
tiempo>, que <la actual “operación espontánea de las leyes naturales del
capital y de la propiedad de la tierra” sólo puede reemplazarse por “la operación
espontánea de las leyes de la economía social del trabajo libre y asociado” en
el curso de un largo proceso de
desarrollo de nuevas condiciones>, tal como había ocurrido en el pasado con
las economías feudales y esclavistas. La revolución tan sólo podía iniciar este
proceso.
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