viernes, 11 de mayo de 2012

Dictadura del proletariado y revolución (Eric Hobsbawm)

Extraído del libro Cómo cambiar el mundo, del historiador británico Eric Hobsbawm.


            Así pues, la experiencia del jacobinismo arrojó luz al problema del Estado revolucionario transicional, incluyendo la <dictadura del proletariado>, un concepto extensamente debatido en posteriores discusiones marxistas. Este término, poco importa si provenía de Blanqui, entró por primera vez en el análisis marciano en los años posteriores a la derrota de 1848-1849, es decir, en el escenario de una posible nueva edición de algo parecido a las revoluciones de 1848. Las posteriores referencias a dicho término se producen principalmente después de la Comuna de París y en relación con las perspectivas del Partido Socialdemócrata alemán en la década de 1890. A pesar de que nunca dejó de ser un elemento crucial en el análisis de Marx, el contexto político en el que se discutió cambió, pues, profundamente. De ahí algunas de las ambigüedades de los debates posteriores.

            Al parecer el propio Marx nunca utilizó el término <dictadura> para describir una forma específica de gobierno institucional, sino que siempre lo hizo para describir el contenido más que la forma de gobierno de grupo o clase. Por lo tanto, para él la <dictadura> podía existir con o sin sufragio universal. Sin embargo, es probable que en una situación revolucionaria, cuando el objetivo principal del nuevo régimen proletario ha de ser el de ganar tiempo adoptando inmediatamente <las medidas necesarias para intimidar suficientemente a la masa de la burguesía>, dicho gobierno tendiese a ser más abiertamente dictatorial. El único régimen realmente descrito por Marx como una dictadura del proletariado fue la Comuna de París, y las características políticas del mismo en las que hizo hincapié eran, en sentido literal, lo opuesto a dictatorial. Engels citó la <república democrática> como su forma política específica, <tal como ya había demostrado la Revolución Francesa>, y la Comuna de París. No obstante, puesto que ni Marx ni Engels se pusieron a elaborar un modelo universalmente aplicable de la forma de la dictadura del proletariado, ni a predecir todos los tipos de situaciones en los que podría aplicarse, no podemos concluir nada más a partir de sus observaciones aparte de que debería combinar la transformación democrática de la vida política de las masas con medidas para prevenir una contrarrevolución de manos de la derrotada clase dirigente. No tenemos autoridad textual alguna para hacer especulaciones acerca de cuál habría sido su actitud ante los regímenes postrevolucionarios del siglo XX, excepto que casi con toda probabilidad le habría dado la mayor prioridad inicial al mantenimiento del poder proletario revolucionario contra los peligros del derrocamiento. Un ejército del proletariado era la precondición de su dictadura.

            Como es bien sabido, la experiencia de la Comuna de París aportó importantes amplificaciones al pensamiento de Marx y Engels sobre el Estado y la dictadura proletaria. La maquinaria del viejo Estado no podía ser simplemente derrocada, sino que tenía que ser eliminada; aquí parece que Marx pensaba básicamente en la burocracia centralizada de Napoleón III, así como en el ejército y la policía. La clase obrera <tenía que protegerse contra sus propios representantes  y funcionarios> para evitar <la transformación del Estado y de los órganos del Estado de siervos de la sociedad en sus dueños> como había sucedido en todos los Estados anteriores. Aunque este cambio se ha interpretado principalmente en posteriores debates marxistas como la necesidad de salvaguardar la revolución contra los peligros de la maquinaria del viejo Estado superviviente, el peligro previsto se aplica a cualquier maquinaria de Estado a la que se permite establecer autoridad autónoma, incluida la de la propia revolución. El sistema resultante, discutido por Marx en relación a la Comuna de París, ha sido objeto de intensos debates desde entonces. Poco hay en él que no sea ambiguo a excepción de ha de estar compuesto por <siervos responsables (electos) de la sociedad> y no por una <corporación que se alce por encima de la sociedad>.

            Sea cual fuere su forma exacta, el gobierno del proletariado sobre la derrotada burguesía ha de mantenerse durante un periodo de transición de duración incierta y sin duda variable, mientras la sociedad capitalista se transforma gradualmente en una sociedad comunista. Parece evidente que Marx esperaba que el gobierno, o más bien sus costes sociales, <se marchitase> durante este período. Aunque distinguía entre <la primera fase de la sociedad comunista, tal como surge de la sociedad capitalista tras un largo y doloroso período> y una <fase más elevada>, en la que puede aplicarse el principio <de cada uno según su capacidad, a cada uno según la necesidad>, porque las viejas motivaciones y limitaciones de la capacidad y productividad humanas habían quedado atrás, no parece que plantease ninguna marcada separación cronológica entre las dos fases. Puesto que Marx y Engels rechazaban de forma inflexible esbozar el retrato de la futura sociedad comunista, cualquier intento de reconstruir sus observaciones fragmentarias o generales al respecto para obtener uno ha de evitarse por engañoso. Los propios comentarios de Marx sobre estos puntos, que le fueron sugeridos por un documento poco convincente (el Programa de Gotha), evidentemente no son exhaustivos. Se limitan básicamente a reafirmar principios generales.

            En general la posibilidad posrevolucionaria se presenta como un largo y complejo proceso de desarrollo, no necesariamente lineal y esencialmente impredecible en estos momentos. <Las exigencias generales de la burguesía francesa antes de 1789 estaban más o menos establecidas, como –mutatis mutandis- lo están las exigencias inmediatas del proletariado hoy en día. Eran más o menos las mismas para todos los países de producción capitalista. Sen embargo, ningún francés posrevolucionario del siglo XVIII tenía la menor idea, a priori, del modo en que en realidad habían de llevarse a cabo estas exigencias de la burguesía francesa>. Incluso después de la revolución, como él bien observó en relación con la Comuna, <la sustitución de las condiciones económicas del esclavismo de trabajo por las del trabajo libre y asociado tan sólo puede ser resultado de la obra progresiva del tiempo>, que <la actual “operación espontánea de las leyes naturales del capital y de la propiedad de la tierra” sólo puede reemplazarse por “la operación espontánea de las leyes de la economía social del trabajo libre y asociado” en el curso de  un largo proceso de desarrollo de nuevas condiciones>, tal como había ocurrido en el pasado con las economías feudales y esclavistas. La revolución tan sólo podía iniciar este proceso.

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